La red de caminos del Imperio Incaico fue una de las mejores de su época. Todos los caminos incas llegaban al Cuzco y haciendo uso de ellos era posible llegar a lugares muy alejados. El camino más largo tenía una longitud impresionante de 5 200 kilómetros que se iniciaba en Quito, pasaba por el centro del Imperio y llegaba hasta Tucumán.
Acompañemos hoy a Inca Sumec en un viaje para conocer los caminos en la ciudad de Lima.
Cuando Inca Sumec llegó al Siglo XXI quedó maravillado con lo mucho que había cambiado el Imperio. Cuzco ya no era el centro del universo y ante sus ojos se abría una nueva ciudad, moderna, cambiante e inmensa llamada Lima.
Decidido a iniciar un viaje para conocerla, la primera tarea era encontrar el mejor camino y llegar lo más lejos posible en corto tiempo. En su mente aún permanecían los recuerdos de las largas caminatas acompañando a su familia a visitar al Inca, llevándole los regalos del ayllu. Pasaban días enteros para poder llegar a su destino, pero ahora ya no era necesario emplear tanto tiempo en el traslado. Muchos limeños, para poder llegar de un lado a otro de la ciudad, utilizaban un curioso medio de transporte llamado Metropolitano.
Como en el Incanato, todo comenzaba en un lugar que era el centro del recorrido. Desde este punto partían los caminos hacia diferentes destinos al norte y sur de la ciudad. La Estación Central era este lugar y, ahí Inca Sumec aprendió que, si bien el sistema estaba diseñado para recorrer diversos sitios, por ahora sólo era posible llegar a algunos puntos de la capital.
En la Estación Central le informaron que para poder utilizar el servicio de transporte, debía comprar una tarjeta. Felizmente la adquisición fue muy sencilla. Sólo hacía falta unas cuantas monedas doradas y plateadas que intercambió por un rectángulo de plástico que, según le dijeron, servía para ingresar a las estaciones y así poder viajar de un lugar a otro. Con algo de temor acercó su tarjeta a una pequeña pantalla y al aproximarla un sonido se emitió y una pantalla le indicó el saldo que le restaba para futuros viajes. Se abría el paso para que pudiera iniciar el recorrido.
Al interior de la Estación Central todo era muy sencillo. Reunidos en grupos, las personas esperaban en unas puertas corredizas una caja larga que aparecía cada cierto tiempo y que llamaban bus. Al llegar, las puertas se abrían y las personas bajaban y subían. La velocidad de estas cajas mágicas era impresionante. Inca Sumec pensó que iban mucho más rápido que las llamas que usaban en los caminos incas.
Una vez dentro del bus, quedó maravillado con lo ordenado que podía ser todo cuando los habitantes de la ciudad respetaban las reglas del lugar. Subió a un bus con destino al sur y llegó a la estación que deseaba en menos de diez minutos, todo en un viaje tranquilo y sin sobresaltos como los que le habían contado que antes sufrían los limeños en el transporte urbano.
Una vez en el sur, decidió dar un pequeño paseo por ese distrito llamado Miraflores. Disfrutó recorriendo calles llenas de luces y tiendas. Llegó hasta un centro comercial muy grande y vio maravillado el mar que bañaba las costas de esta ciudad. Como jugando, se hizo de noche y el tiempo se le había ido volando. Era hora de retornar a casa.
Al llegar nuevamente a la estación del Metropolitano, aún maravillado por las calles que había recorrido, no prestó atención al bus que vino y simplemente se subió al ver que estaba vacío. Se acomodó en uno de los asientos rojos que se encontraban libres.
El recorrido comenzó pero este bus no se detuvo en todas las estaciones como sí lo había hecho el primero que había utilizado. Sin importarle eso, Inca Sumec se dejó envolver por las luces de la ciudad y los edificios que adornaban el viaje. Imaginó que se detendría en la Estación Central, aquella en la que había aprendido a utilizar el Metropolitano. Sin embargo, se distrajo conversando con una pasajera y perdió la oportunidad de bajar donde debía. Era lógico que la única solución sería esperar la siguiente parada pero entonces se enfrentó al siguiente problema: ¿cómo saber hacía dónde se dirigía el bus?
Pensando en cómo solucionar lo que ocurría, buscó en las paredes alguna información que le permitiera ubicarse... pero no encontró nada. Sólo escuchó a una señora embarazada que le reclamó su asiento diciéndole "Joven, está sentado en mi asiento, ¿no sabe leer? Ahí dice asiento reservado". Inca Sumec comprendió que esa era la razón de los asientos rojos. Eran asientos exclusivos para personas que no podían viajar de pie.
Se levantó y su compañera de charla, al verlo preocupado le dijo que no se preocupe y que la siguiente parada sería en un lugar que llamaban UNI. Agradecido por el dato, se acomodó a un lado y esperó llegar a este destino para volver luego a la Estación Central, mediante un transbordo.
El retorno fue rápido y al llegar nuevamente al centro de este camino moderno, nuestro aventurero pensó que los habitantes de este siglo no tenían los caminos incaicos pero contaban con un medio de transporte que los ayudaba a llegar a movilizarse más rápido a destinos alejados.
Inca Sumec aprendió lo importante que era tener acceso a la información de las rutas y paraderos de las mismas. Comprendió que un consumidor siempre debe preguntar y despejar todas sus dudas antes de usar el servicio para evitar inconvenientes.
Con toda esta información, nuestro amigo guardó en su alforja la tarjeta del Metropolitano que adquirió, pensando en las rutas que recorrería al día siguiente para seguir conociendo esta ciudad que cada vez le mostraba más detalles de cómo los peruanos de hoy vivíamos consumiendo diariamente infinitas cosas, las cuales nos podían hacer la vida más fácil.
¿Y tú? ¿Has usado el Metropolitano sin problemas? ¿Haces uso de tu derecho a estar debidamente informado antes de adquirir un producto o utilizar un servicio?
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