La
decisión de compra es un proceso cognitivo de elección y varía conforme al tipo
de consumidor (impulsivo, prudente, inseguro, sabelotodo, comunicativo, poco
comunicativo, aprovechador y disconforme), los cuales afrontan tres clases de
variables que influyen a todos los consumidores: (i) las del marketing (precio,
producto, promoción y plaza); (ii) las internas o endógenas (motivación,
percepción, experiencia, características personales y actitudes); y (iii) las
externas o exógenas (entorno socioeconómico, cultural, grupos sociales,
familia, influencias personales y situaciones).
¿Por
qué compramos? Existen muchas razones más allá de una necesidad específica. Hay
razones hasta hedonistas, tales como la experiencia social, intereses comunes
compartidos (tiendas especializadas), atracción interpersonal (punto de
encuentro), status instantáneo o la emoción de la búsqueda. Las compras pueden
ser planeadas, parcialmente planeadas (intención del producto pero no la
marca), como no planeadas (impulso). También es importante diferenciar como
compran las mujeres de cómo lo hacen los hombres, pero eso lo veremos en otra
discusión.
Para
Schiffman y Lazar el proceso de toma de decisiones del consumidor tiene cinco
etapas [1].
La
primera etapa es el reconocimiento de una necesidad que debe ser cubierta, ella
es estimulada por una combinación de factores internos y externos que marcan el
inicio del proceso. Cabe indicar que el marketing busca satisfacer necesidades
ya existentes, las cuales se traducen en deseos, que pueden manifestarse y satisfacerse
de diversas maneras a lo largo del tiempo. La publicidad nos demuestra que los
consumidores quieren satisfacer una gama limitada de necesidades, lo que cambia
son los diversos deseos que las transportan, los cuales pueden modificarse
conforme al tiempo, al espacio social y el contexto económico.
La
segunda etapa resulta de mucha importancia para los fines del presente
artículo, toda vez que la “búsqueda de información” nos permite tener un primer
acercamiento entre a lo que está expuesto el consumidor y lo que percibe e
investiga para tomar una decisión de compra. La búsqueda de información empieza
con la identificación de la necesidad, varía en función de cada tipo. Existe
una búsqueda interna (memoria) y una externa (pre-compra). En la búsqueda interna
se activan los conocimientos almacenados en la memoria, en la que generalmente
se presenta una acción pasada satisfactoria, siendo que la intensidad de la
búsqueda depende del tipo de decisión. Los sesgos afectan la búsqueda interna,
van desde el sesgo de la confirmación (vemos lo que queremos ver), la
inhibición (recuerdo de un atributo inhibidor que puede impedir el recuerdo de
otro positivo o viceversa) y el estado de ánimo (la comunicación que logran un
buen ánimo favorecen a la recordación de la marca).
La
búsqueda externa se genera con los medios de comunicación, las referencias de
amigos o familiares fuentes independientes, pruebas de productos (muestras),
entre otros. Cabe indicar que para el criterio normativo actual y la
interpretación del INDECOPI, el Deber de Información se encuentra relacionado a
la búsqueda de información externa, siendo la búsqueda interna un factor que
aún no ha sido investigado o tomado muy cuenta por la autoridad, lo cual,
esperemos que cambien a partir de replanteamientos como los desarrollados en el
presente trabajo. Ello debido a que, un consumidor buscara la información hasta
sentir que posee la confianza suficiente en su capacidad para juzgar un producto o servicio y elegir la opción que
considera correcta, más allá de la disponibilidad o acceso a la información que
exista sobre los bienes o servicios. Dicha confianza se desarrolla con la
experiencia, siendo la información proporcional al tipo de producto o servicio
que necesita, ya que no es igual comprar un vehículo que un chocolate o botella
de vodka. La información es transmitida de forma verbal o no verbal (imágenes)
por parte de los proveedores, la pertinencia y utilidad es un factor relevante
y forma parte de la estrategia comunicacional de cada marca, conforme a su
posicionamiento y a la segmentación a la que quiere dirigirse el proveedor.
La
evaluación de opciones, es la etapa cuando en función a la información
recogida, el consumidor, evalúa los atributos y los beneficios que ofrece cada
marca (percepción y preferencias). En esta tercera etapa el consumidor
construye su propio conjunto evocado de marcas (en las primeras en las que
piensa cuando tiene que elegir un producto o servicio dentro de una categoría).
Por ejemplo, cuando pensamos en la categoría gaseosas, puede que nuestro
conjunto evocado sea Inca Kola, Coca Cola o Sprite, cada consumidor tiene su
propio conjunto evocado.
La
cuarta etapa es la compra, la que puede variar de acuerdo a la complejidad, ya
sea porque implica una decisión rutinaria por su frecuencia o implique mayor
responsabilidad, por lo esporádico o por el alto precio a ser pagado. Resulta
importante que la autoridad administrativa identifique si para el consumidor la
compra fue esporádica o rutinaria, ya que el nivel de complejidad puede ser
proporcional al Deber de Información, considerando que para el consumidor este
solo es un factor dentro de un proceso más enigmático.
La
quinta etapa es la que genera las sensaciones posteriores a la compra, que van
desde la satisfacción o el rechazo a la marca. En el caso de las compras por
impulso (no planificadas), el consumidor tiende a listar luego una serie de
justificaciones que respaldan su decisión.
En
este punto, resulta pertinente indicar que existen dos criterios de evaluación
de compra, que el consumidor ejecuta cuando analiza sus alternativas: (i) las
estrategias no compensatorias; y, (ii) las estrategia compensatorias. En el
primer caso, la debilidad de un atributo no puede compensar la fortaleza de
otro, es decir, existe una jerarquía que permite desempatar para elegir, en
estos casos, la debilidad de un atributo, genera que no acepte o decida por una
marca en particular. En el segundo caso, la debilidad de un atributo si puede
ser compensada por la fortaleza en otro, el típico ejemplo, de que un alimento
engorda pero me gusta; el consumidor compensa el hecho que la comida sea
“chatarra” por la satisfacción de comprarla a partir de su sabor u otros
atributos. Las elecciones sin criterios, responden a los hábitos, el azar (indiferencia
hacia las marcas de la categoría, por desconocimiento o nivel de necesidad) o
motivo no racionales (sensoriales).
Para
Bunge [2],
la decisión de compra no es un proceso de etapas, ésta depende de un modelo
dinámico como el desarrollado por John Howard, en el que se mezclan seis
componentes (variables) a través de un proceso de agrupación y diferenciación.
Dichas variables son: información, reconocimiento de la marca, actitud,
confianza, intención y compra. Para este modelo, la información, se encuentra
ligada a la percepción, la cual es provocada por un estímulo, siendo la medida
estándar de la percepción del consumidor, el recuerdo que se tiene sobre una
marca, conforme a la dinámica del modelo desarrollado por Howard.
Como
puede observarse, el marketing viene estudiando la decisión de compra desde
diversas perspectivas, lo cierto es que la información sobre un producto o
servicio forma parte del proceso de elección, sin embargo, ésta no es una
variable determinante para la decisión de consumo, la valoración y el estudio
de los mecanismos psicológicos que utiliza la mente de los consumidores para
tomar decisiones pueden llegar a sorprendernos respecto de su comportamiento
(racionalidad) y a como son evaluados o vistos externamente (razonabilidad).
Desde
nuestra perspectiva la racionalidad es un presupuesto para el análisis de la
toma de decisiones, mientras que la razonabilidad es la evaluación que realiza
un tercero respecto a mi decisión como consumidor, a efectos de simplificar el
modelo de interpretación legal [3].
En
este punto, podemos ir adelantando que la Economía Conductual postula modificar
el presupuesto de racionalidad [4] que actualmente manejamos, toda vez que a partir del estudio de los sesgos y
heurísticas se ha podido observar que los consumidores no tienen preferencias
constantes y que su racionalidad es absoluta [5] en términos de predicción económica. Los modelos de comportamiento han
demostrado que la racionalidad clásica no permite a los economistas predecir
que decisiones tomaran los consumidores en el futuro.
El
Derecho estudia y regula la decisión de compra desde el momento en que el
consumidor busca la información para la realización de la compra. Para ello, se
asume que los consumidores son racionales y razonables o en todo caso, esa es
la aspiración normativa. Lo razonable es un presupuesto económico, que permite
establecer un estándar, a efectos de reducir costos de coordinación en la
dinámica de intercambio de bienes y servicios (transacciones), así como evitar
incertidumbre en los proveedores respecto a la disponibilidad de la
información. Lo racional es el proceso previo, es la forma en cómo los
consumidores deciden en función de sus intereses.
En tal sentido, resulta importante revisar que se entiende por la racionalidad
del consumidor y por consumidor razonable a efectos de observar si el
replanteamiento del Deber de Información generaría una modificación al
contenido de los referidos conceptos o en realidad ello dependerá de los
resultados que se obtengan a partir de la inclusión de los descubrimientos o
postulados de las neurociencias en la formulación de políticas de protección al
consumidor.
Carlos Rojas Klauer, octubre de 2014
Referencias:
[1] SCHIFFMAN, León y LAZAR Leslie. Comportamiento Del Consumidor. 8° Edición. (2005) México: Editorial Pearson Educación.
[2] BUNGE, Sonia. “Comportamiento del Consumidor: Aplicación del Modelo de Howard al Mercado Argentino de Telecomunicaciones” Tesis de Licenciatura en la Universidad de San Andrés, Buenos Aires: 2000, pág. 54.
[3] “Los analíticos definen lo racional simplemente como un factor de mero procedimiento, como un juicio lógico-formal de atingencia por parte del acto decisorio a reglas positivas que no siempre derivan en una decisión jurídica razonable. En ello, la idea de lo razonable sigue entendiéndose como el grado de legitimidad sociológica, para utilizar terminología weberiana, que una determinada decisión comporte”. BAZÁN, José Luis y Raúl MADRID. “Racionalidad y razonabilidad en el Derecho” En: Revista Chilena de Derecho, Vol. 18, N° 2, 1991, p. 185.
[4] La Economía Neoclásica o Tradicional parte de la presunción de que casi todas las personas, casi todo el tiempo, toman decisiones que se condicen con sus intereses tras un análisis costo-beneficio racional libre de sesgos. SUNSTEIN, Cass y Richard THALER. “Libertarian paternalism is not an oxymoron”. En: The University of Chicago Law Review. Volumen 70. Número 4. 2003. p. 1163 (traducción libre).
[5] Usualmente, el Análisis Económico del Derecho se ha enfocado en la soberanía del consumidor y, por tanto, ha hecho énfasis en la capacidad racional del ser humano. Una visión psicológica de la realidad revela, contrariamente a lo que se piensa, que el ser humano carece de un sistema de racionalidad perfecta (lo cual no significa que sea irracional). Para una visión más detallada del tema, ver: JOLLS, Christine, et al. “A Behavioral Approach to Law and Economics”. En: Stanford Law Review. Volumen 50. Número 5. Mayo de 1998.
Fotografía del post tomada de aquí.
Esta entrada es parte del blog "Consumo Cognitivo" a cargo de Carlos Rojas Klauer.
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